miércoles, 8 de abril de 2009

Estética Cotidiana 2

Segunda Parte

Estética Cotidiana
Excélsior, jueves 12 de julio 1991


Su importancia real
Juan Acha

La semana pasada justificábamos la publicación de esta columna, con nuestra obligación profesional de enfocar las reacciones estéticas del hombre común en su vida diaria, por ser ellas más importantes, para la vida humana, que las producidas en los museos por las mismas obras de artes. No por nada, una buena parte de cada obra de arte proviene de la estética cotidiana de su sociedad y, a la par, la retroalimenta con enmiendas, enriquecimientos y eliminaciones. Definitivamente, la obra de arte fue siempre un medio y no fin como ahora lo es para algunos despistados.
Pero la importancia de nuestros sentimientos estéticos diarios estriba, sobre todo, en su capacidad de comandar a nuestro sistema de decisiones, incluyendo a las prácticas y a las políticas, cuando más falla la razón; máxime en los seres humanos de escasa educación como los de tercer mundo. Por esta misma razón son importantes las obras de arte: influyen en nuestra estética cotidiana y, por tanto, inciden en nuestro sistema de decisiones. Pero lo hacen indirectamente y no siempre. Por eso, la estética cotidiana nos es más vital.
Lo deseable –por ideal- sería que cada una de nuestras decisiones diarias, estuviese regida por una razón, cuyo sentimiento crítico orientase a unos ricos conocimientos científicos y empírico. La realidad es otra: el hombre, rico o pobre, analfabeta o cultísimo, no puede disponer de todos los conocimientos científicos y los empíricos. En consecuencia, él se halla condenado a depender de su sensibilidad estética, para que ella elija a favor de lo que le gusta. Nos resulta imposible conocer lo intrínseco y lo esencial de cada cosa o fenómeno. Dependemos, pues, de las experiencias. ¿Cuántas veces hemos elegido una bicicleta o unos zapatos, un bolígrafo o una camisa, porque simplemente nos gustaba su forma o sus colores?
Las experiencias son tan importantes para el hombre, que existen muchas actividades humanas dedicadas a proveerlas, en especial las bellas, las más apetecidas y buscadas. Ahí esta el maquillaje o los cosméticos de la estética unisex, la canina y la peluquería. No se quedan atrás, las relaciones públicas ni los múltiples adornos, como tampoco la belleza formal de las obras de arte y la de algunos racismos. Esto nos explica la insistencia del oficialismo de identificar lo estético con la belleza únicamente. No habría nada malo, si la belleza se redujese a persuadirnos a consumir objetos. Pero se extiende a las cuestiones políticas y es cuando el sistema de decisiones del latinoamericano común, deviene sumiso a las manipulaciones políticas ejercidas por las obras de arte, belleza formal mediante. De aquí el interés de todo Estado por estas. Mayores y más fáciles son las manipulaciones ejercidas por la publicidad, por la retorica oficial y por lo entretenimientos masivos.
Pero las apariencias no terminan en las bellezas formales de los objetos ni de los cuerpos humanos. Los valores intrínsecos de los comportamientos humanos también las tienen y los juzgamos por los sentimientos estéticos de dramaticidad o comicidad, de lo sublime o de lo trivial que ellas nos susciten. Como dice el proverbio: no solamente que la mujer del César debe ser honesta, sino también parecerlo. Muchos prefieren –claro esta- la facilidad de aparentar lo que no son. Precisamente, el enfoque de los valores intrínsecos más allá de la belleza, nos resulta muy difícil en esta columna. Hoy impera, hasta en las lecturas de las obras de arte, la belleza formal y nos hemos habituado a omitir sus otros aspectos estéticos.

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